Memoria cotidiana de la escritura

Antonio Castillo Gómez

No todos ellos son personas de importancia, pero, por extraño que sea, sólo los más importantes, los duques y los estadistas, son de veras tediosos.

Virginia Woolf, Horas en una biblioteca, Barcelona: El Aleph, 2005, p. 17.

Si la voz de los abajo, mujeres y hombres, casi siempre ha sido enmudecida por la palabra más sonora de quienes están arriba, qué no decir de su escritura. Es verdad algo han pesado razones que forman parte del devenir mismo de la historia, sobre todo la más tardía y a veces incompleta alfabetización de las clases populares, sólo conseguida a partir de mediados del siglo XIX y no en todos los lugares de la tierra, y siempre más rezagada en el caso de las mujeres por causa de la hegemonía patriarcal. Pero eso no lo es todo. De un lado, no debe obviarse que muchos escritos personales y cotidianos, en sí mismos frágiles y efímeros, nacieron para solventar urgencias concretas, sin mayores pretensiones, sin pensar en que fueran guardados y transmitidos a las generaciones sucesivas. De otro, sería indigno esconder la marginación y desidia con la que han sido tratadas muchas escrituras de la gente común, tildadas con demasiada frecuencia de intrascendentes y banales. ¿Será porque nos hablan de una historia distinta a la oficial? No hay razones, pues, para seguir reproduciendo tamaño despropósito e injusticia. Los archivos públicos y numerosas colecciones particulares demuestran que los testimonios escritos de la gente común existen, tan sólo es necesario buscarlos. Sus huellas se pueden rastrear desde el siglo XIV en adelante, hasta convertirse en práctica habitual de una sociedad cada vez más alfabetizada, la que emerge en la segunda mitad del siglo XIX, cuando se extiende la escuela pública y gratuita, con todos los matices y defectos que se quiera. Para dar fe de ello basta con asomarse a los centros y colecciones integrados en la Red de Archivos e Investigadores de la Escritura Popular (RedAIEP), fundada en el año 2004 con el objetivo principal de preservar ese patrimonio, estudiarlo y ponerlo al alcance de la sociedad. En sus acervos se van reuniendo papeles encontrados aquí y allá, algunos rescatados literalmente de la basura, otros adquiridos a chamarileros o en rastros callejeros, más los legados de quienes entienden que así contribuyen a salvar el testimonio de quienes los escribieron o aprecian lo mucho que aportan a la memoria colectiva, a la historia de todos y de todas. Su contenido suministra datos, experiencias y noticias especialmente valiosas en cualquier investigación, se refiera ésta a la Escritura, la Lengua, la Historia, la Educación, la Antropología o cualquier otra rama del saber. Con una parte representativa de esos fondos hemos hilvanado esta exposición, concebida para dar a conocer la existencia de dichos archivos y el rico patrimonio que atesoran; en el ámbito de la ciudadanía, para sensibilizar y concienciar a la sociedad en la importancia que tienen; y en el plano más académico, para destacarlos como nuevos objetos de estudio a través de los cuales podemos rescatar otras vivencias, recuperar otras palabras y escuchar otras voces, devolviéndoles la dignidad que tienen y merecen en cuanto documentos de historia. Con ese fin hemos trazado un sencillo guión basado en las situaciones, espacios y circunstancias que más necesidad de escritura han generado entre las clases populares. El contenido específico de cada una de las secciones se explica en los textos que las introducen. El conjunto nos sitúa ante palabras escritas para anotar el fluir diario, el cotidiano escolar, los vaivenes de la adolescencia, la rutina del trabajo, los jirones del destino, la fuerza del amor, el desarraigo de una emigración forzosa, el trauma de una guerra o la inconsolable soledad de una prisión. Escrituras que registran las cuentas de una hacienda o de un negocio, el valor de una cosecha, las angustias económicas, los nacimientos y muertes de la familia o las incertidumbres del clima, en fin todo aquello que determina el día a día de las sociedades tradicionales. Apuntes de lo inmediato apegados al discurrir ordinario, con sus ritos y sus gestos. Escrituras, también, de la ausencia o conversaciones entre ausentes, al modo clásico, en las que se impone el deseo de mantener cauces de comunicación personal o familiar, hilos de unión en la lejanía, puentes de papel en la distancia. De ahí los millones de cartas y postales que cruzaron el océano entre finales del siglo XIX y la primera mitad del XX, las numerosísimas que recorrieron la geografía española durante la Guerra Civil y la II Guerra Mundial o las muchas que sirvieron y sirven para romper simbólicamente el aislamiento de una cárcel. A veces estos mismos extrañamientos desencadenan un hábito de escribir más sostenido, diálogos en la soledad derramados sobre un papel convertido en la mejor medicina frente a las zozobras de la vida. Naufragios que precisan del diario como terapia o simple refugio. Escrituras invisibles situadas al otro lado del espejo. Espejos de papel donde vernos reflejados para tratar de entendernos, saber lo que pensamos o desahogar el interior asfixiante. Diarios y memorias escritos en la habitación propia o en un espacio de reclusión donde la escritura nos hace algo más libres. En fin, páginas y fragmentos de memoria que se suman a los trazos indecisos o firmes pergeñados sobre un cuaderno escolar, allí donde comenzó la aventura escrita de muchos de nosotros y nosotras, cerrando el círculo de una trayectoria que transcurre, como la vida misma, desde la cuna a la sepultura. La escritura y la vida, que diría Jorge Semprún, unidas desde el principio al fin.


 

Escribir desde el pupitre

Verónica Sierra Blas

Que entre los olvidados de la Historia se encuentran los niños y niñas es algo que resulta obvio si tenemos en cuenta que son muy pocos los que durante su infancia tomaron la pluma y dejaron rastro de sí, en parte porque todavía no habían adquirido la facultad de escribir ni habían sentido la necesidad de hacerlo. Junto a la escasa producción de textos infantiles el hecho de que hoy día se considere excepcional que se conserven letras salidas de las manos de niños y niñas se debe a la baja tasa de conservación que, por lo general, presentan este tipo de documentos. La misma ha de relacionarse, por un lado, con la falta de interés de investigadores y gestores de la memoria, quienes durante mucho tiempo han considerado los escritos infantiles testimonios poco relevantes y, por tanto, no merecedores de su salvaguarda; por otro, también con la infravaloración de la que han sido objeto por parte de sus dueños, destinatarios y herederos, que o se han deshecho de ellos o los han guardado durante años sin prestarles atención alguna, considerándolos como un simple recuerdo o curiosidad familiar, pero sin saber realmente la importancia que tienen para la construcción histórica.

Ya tenemos nuestra exposición. Estas exposiciones escolares han llegado, a veces, a ser perjudiciales, cuando no se ha trabajado más que para que causen admiración, pero cuando lisa y llanamente ponemos a la vista de todos lo que con la mejor voluntad hemos podido hacer, no traen ningún perjuicio. Los niños están contentísimos de ver allí sus cuadernos, y los padres se quitan la vez para mirarlos […]. Una de mis preocupaciones, desde que se abrió el Grupo, ha sido formar el fichero y preparar el archivo escolar […]. Este archivo que ahora empezará lo basaremos en los sencillos trabajos que están expuestos. Cuando los recojamos, invitaremos a los niños a que dejen algunos en la escuela y les explicaremos que, cuando envíen aquí a sus hijos -que los enviarán- gozarán contemplando lo que ellos hicieron. Arriba, en el despacho de los maestros, se depositará lo que más tarde tendrá su rótulo de «Archivo Escolar del Grupo Francisco Giner».

Fragmento del diario de la maestra María Sánchez Arbós, entrada del día 2 de julio de 1935. Tomado de María Sánchez Arbós: Mi diario, [1999] Zaragoza: Gobierno de Aragón; Caja Inmaculada, 2006, pp. 150-151.

Una excepción, tanto en lo que se refiere a la producción como a la conservación de las escrituras infantiles, la encontramos en la escuela, de ahí que podamos hablar de los testimonios de los alumnos y alumnas producidos en la misma como de una categoría aparte dentro de las escrituras infantiles. Para muchos niños y niñas la escuela fue el único espacio en el que la escritura formó parte de su vida diaria, el único lugar en el que tuvieron la oportunidad de dejar rastro de sí a través de lo escrito. Desde sus pupitres, alumnos y alumnas pergeñaron cuadernos, redactaron cartas, realizaron exámenes, anotaron los deberes en sus agendas, etc. Aunque muchos de estos testimonios se han conservado en domicilios particulares y forman hoy parte de los Archivos de la Escritura Popular, un grueso importante de la documentación ha llegado hasta nosotros gracias a los museos y archivos escolares, principales depósitos de la escritura producida en las aulas. Sin embargo, hay que advertir que dicha conservación no ha sido aleatoria. Los documentos que conforman estos archivos y museos de las escuelas son aquéllos que en su día destacaron sobre los demás, que fueron seleccionados para formar parte de las exposiciones de fin de curso, que fueron premiados en concursos diversos, que fueron considerados dignos de enseñar, por cuanto en ellos quedaba representada, como en ningún otro lugar, la labor docente y el ideario de la escuela. De ahí que haya que completar siempre la visión ideal que estos documentos nos ofrecen con la más real que nos aportan aquellos otros que no fueron elegidos, que pasaron sin pena ni gloria, pero que contienen esos tachones, esos borrones, esas correcciones de los maestros y maestras que nos permiten contemplar desde un mirador privilegiado el proceso mismo de la adquisición de la cultura escrita en la infancia.

Se empezaba haciendo palotes, luego remarcando letras y palabras tenuemente escritas. Se continuaba copiando textos que el maestro había escrito en la pizarra y, finalmente, escribiendo al dictado, con posterior lectura en voz alta de las palabras de ortografía dudosa que, así, cada uno corregía en su cuaderno […]. Se escribía exclusivamente con tinta, que el propio maestro hacía en la escuela; todas las mesas estaban dotadas de tintero de plomo […]. Los recién llegados eran encomendados a cuatro o cinco chicos mayores que les enseñaban las letras, las sílabas y lectura sencilla, respectivamente en la cartilla, el pepe y el catón. Una vez iniciados era el maestro el que reunía a los alumnos en grupos de 15-20, cada uno con su libro y en círculo. Leíamos las «fábulas» de Samaniego y un libro manuscrito lleno de modelos de cartas de escritura cada vez más enrevesada y de tema casi siempre comercial, con el cual todos ensayábamos a hacer rúbricas, imitando las del libro; leíamos, también, otro libro manuscrito que se titulaba «El Ciudadano» […]. Cuando llegó la República empezamos a leer «Corazón» de E. Amicis, que en el 36 desapareció y otro con anécdotas de hombres célebres.

Fragmento de las memorias de César González Camarero en que rememora sus años de escuela. Tomado de César González Camarero: Recuerdos y reflexiones, Valladolid: Difácil Editores, 2001, pp. 18-19.

Las escrituras escolares se sitúan en el centro mismo de la tensión entre la espontaneidad y el control. Son, por un lado, resultado de actos de escritura dirigidos, productos supervisados y condicionados por los adultos que revelan las directrices e intenciones imperantes y que están sometidos a un alto grado de disciplina, evidenciado sobre todo en la exigencia gráfica que la concepción de estos objetos como soportes reguladores de la producción escrita conlleva. Este disciplinamiento y control de la escritura que acontece en la escuela ha llevado a muchos a afirmar que los alumnos y alumnas son en realidad autores de historias ajenas, porque en sus escritos no hay rastro de lo personal, de lo íntimo. Sin embargo, un análisis en profundidad de las escrituras escolares confirma que, a pesar de que la práctica de escribir en la cotidianidad de las instituciones escolares, en su imperativo de obedecer unas reglas concretas, permitía un espacio de transgresión muy limitado, éste existió, se manifestó y materializó en los escritos de los niños y niñas. Que es posible, en fin, asomarse al mundo y a las experiencias de cada alumno o alumna a partir de la lectura de sus escritos escolares, porque siempre existe una mínima libertad en sus páginas, un toque de espontaneidad, un atisbo de subjetividad, una llama de vida. Las escrituras escolares son espacios privilegiados para contemplar la confrontación entre la enseñanza deseada y el aprendizaje práctico; verdaderas antologías cuyo contenido es muestra evidente, al tiempo que eje articulador, del currículo escolar; testigos de la enseñanza magisterial y de las prácticas y métodos de aprendizaje; así como testimonios de la vida interior de las instituciones escolares y de la influencia de los discursos oficiales en las mismas. Pero, ante todo, las escrituras escolares son parte de lo que sus autores y autoras pensaron y sintieron cuando las escribieron desde sus pupitres, representación del momento en que fueron producidas, huellas excepcionales de la infancia, expresiones, en fin, del mundo afectivo e intelectual de los niños y niñas y representación de sus paisajes psíquicos y humanos.  


 

La escritura en el hogar y en el trabajo

Daniel Piñol

Si queremos hablar de la escritura en el trabajo y en el hogar podemos hacerlo de forma conjunta. Muchas veces los papeles del negocio se llevan en la propia casa, como ilustra el fragmento de la novela de Isabel Allende, y los papeles de casa aparecen en los cajones de los despachos. De esta manera vemos cómo también se mezclan los espacios dedicados a la escritura.

La hora de la siesta solía sorprender al joven sobrino y a la incomparable tía en la cama mitológica, ella entre las sábanas, con sus libracos de contabilidad a un lado y sus pasteles al otro, y él sentado a los pies entre la náyade y el delfín, comentando asuntos familiares y negocios. Sólo con Severo se permitía Paulina tal grado de intimidad, muy pocos tenían acceso a sus habitaciones privadas, pero con él se sentía totalmente a gusto en camisa de dormir.

Isabel Allende, Retrato en sepia.

En algunas casas, como las de las clases populares, no encontraremos unos espacios dedicados exclusivamente a escribir. Cuántos niños han hecho los deberes en la mesa de la cocina, bajo una bombilla de 25 w., mientras su madre preparaba la cena. Cuántas generaciones de niños lo han hecho bajo el mostrador, mientras sus padres atendían a la clientela en la tienda. En un pequeño cajón de la misma mesa de la cocina la madre guarda una libreta de recetas heredada de su madre o de su abuela, y también papeles del médico, listas de la compra, facturas y recibos, o recortes publicitarios sobre algún cosmético milagroso. Estos documentos se mezclan en los cajones de las alacenas con listados de clientes, de productos que hay que comprar para el campo, o relaciones de cabezas de ganado… En casa también se guardan con esmero, en algún cajón de la cómoda, las escrituras de propiedad, los papeles del banco, las notas escolares y la documentación sanitaria. Por encima de todos los documentos guardados en casa destacan las cartas, formando parte de este archivo doméstico. Así la correspondencia se convierte en una documentación que recuerda, tal vez, a los que partieron hacia países lejanos para hacer fortuna. O es también una manera de ver y conocer otros mundos sin moverse del propio hogar. Todo ello configura el archivo familiar al que se van añadiendo nuevos documentos que poco a poco reflejarán el día a día de aquella casa. Son papeles importantes, pero también aparecen otros que no lo son tanto. Un buen día, gracias a una multitud de imanes de diversa procedencia, la puerta de la nevera se convierte en improvisado tablón de anuncios y de recordatorios, para erigirse en la cartelera donde se comunica el quehacer cotidiano de una familia. Horarios del colegio, menús de la semana, visitas al médico, listas de la compra… forman parte del boletín oficial de la familia. De esta manera la escritura se convierte en un elemento básico para la organización práctica de las personas que viven en la casa.

Don Roberto, en la panadería, seca con cuidado el asiento de la última partida de su libro. Después lo cierra y rompe unos papeles con los borradores de las cuentas.

Camilo José Cela, La Colmena.

Y después llega el trabajo, donde se escribe para poder llevar a buen fin los negocios, para hacer pedidos, redactar albaranes, pasar las cuentas de la caja, hacer balance de las entradas y salidas o anotar a los clientes que dejan a deber. Son papeles indicativos de la marcha del negocio, como sucede en la panadería de La Colmena. Se escribe en todos los negocios y profesiones: los farmacéuticos anotan las fórmulas magistrales, los médicos las recetas y la posología de las medicinas, los pasteleros las fórmulas de la confitería, los abogados sus minutas, los jueces las sentencias, los arquitectos las medidas de un inmueble… Los comerciantes y los artesanos escriben al acabar la jornada y lo hacen en pequeños despachos, a veces improvisados, repletos de papeles, paquetes, publicidad de proveedores… Aparecen archivadores de madera, junto a las mesas de despacho, para guardar los papeles, o algunos se encierran en la caja fuerte junto con documentos comprometedores y lo recogido en la caja registradora a lo largo del día. El despacho, la trastienda, se convierte así en un lugar donde el hombre de negocios se encuentra a solas con las letras, los papeles y la tinta y, gracias a la escritura, puede saber si vale la pena seguir adelante o colgar definitivamente el cartelito de cerrado.


 

En compañía de la escritura

Manuel Alberca

Al iniciar la tercera etapa de este recorrido por las escrituras cotidianas recordemos una irónica y provocadora confesión de Óscar Wilde: «Nunca viajo sin mi diario. Uno siempre tiene que llevar algo sensacional para leer en el tren». Más allá de la teatralidad de tío Óscar, la cita emparenta el contenido de los diarios con el escándalo y el secreto, identificando éstos con el lado más morboso y escabroso de la escritura íntima. Por eso, este panel podría parecer tal vez un acto imprudente o una indiscreción deleznable. O que los que trasmiten sus diarios y cartas personales pecan de exhibicionismo. Pero no hay tal. Trataré de explicarlo.

Preocúpate de lo que escribas, no del cómo; y aún eso, no por el escribir mismo, sino por ordenar tus pensamientos, de modo que lo que pienses lo apliques más a ti mismo y le imprimas tu sello.

Séneca, Cartas a Lucilio

No creo que los españoles tengamos todavía claro que hemos conquistado el derecho a hablar con respeto de nosotros mismos y sin sentimiento de culpa, del mismo modo que reconocemos en el ejercicio crítico de los asuntos colectivos una garantía del funcionamiento democrático de las naciones. También dudo que sepamos ver la expresión del yo sin el estigma del pecado de soberbia o del egoísmo insolidario, tan influidos estamos por la moral católica como faltos de tradición librepensadora. Ni soberbia ni insolidaridad: conservar, archivar y dar a conocer la escritura íntima es un acto de generosidad impagable y un homenaje a la inalienable libertad del ser humano. Las personas que ceden sus escritos para que otros los leamos permiten asomarnos a un espacio invisible y reservado y resultan ejemplares, pues nos enseñan mucho de ellos, pero ayudan a que nos conozcamos a nosotros mismos. Los investigadores y coleccionistas, amén de guardar estos papeles tan frágiles, nos franquean el paso a sus mejores tesoros y aseguran la cadena comunicativa o reparan los cortocircuitos de la difusión en que a veces se pierden este tipo de textos. Sobre la escritura íntima pesa otro prejuicio que la enfrenta a la vida, un prejuicio que de ser cierto nos obligaría a optar existencialistamente tal como el personaje sartriano de La Náusea nos conminaba: «Es preciso elegir: vivir o contar». Diaristas y corresponsales no lo comparten ni piensan que la vida y la escritura sean excluyentes, sino solidarias: se vive más intensamente con la mirada puesta en la tensión de darle sentido a lo vivido. «Vivir no es escribir -como anota Carlos Edmundo de Ory en su diario de juventud. Pero cuando escribo, vivo. O mejor: es entonces cuando de verdad vivo». O como Miguel de Unamuno remacha en un diario: «Y en el fondo ¿no es lo mismo? […]. Contar la vida, ¿no es acaso un modo, y tal vez el más profundo, de vivirla?» En definitiva, llevar un diario de manera intensa no es otra cosa que vivir dos veces lo vivido. Los diarios y las cartas con su «serie de huellas fechadas» -Lejeune dixit- son testimonios (escritos o dibujados como se tendrá oportunidad de ver a continuación), que nos siguen hablando por encima del demoledor paso del tiempo. Levantan acta de unos hechos y de unas personas que ya se fueron. Ambas clases de escritos tienen la particularidad de apelarnos con la fuerza de su verdad y nos enseñan que pocas compañías hay más seguras y agradecidas que su escritura: nada más apropiado para sobrellevar la soledad, cuando ésta pesa, que las cartas, ni para acortar la distancia física entre los que están separados, por banal que nos pueda parecer su contenido, como las postales de Claudita o de Sinesia. Ningún ejercicio más terapéutico que escribir un diario cuando el vacío se instala dentro de nosotros, pues la escritura diarística es la mejor homeopatía para mitigar la desconexión del yo consigo mismo y los litigios con los otros, tal el fragmento del diario de autora desconocida abajo mostrado. O como una adolescente, discípula aventajada de Séneca, dejó anotado en su diario: «Mi cuaderno significa un gran consuelo para mí. Cuando me desespero, escribo lo que siento y, mira, la furia se me pasa y empiezo a ver más claramente la realidad» (Diario de Ester, 1979-1982, inédito). Pero estos documentos nos dejan también un poso de nostalgia, incluso de melancolía. Al fin y al cabo, son el legado de un tiempo en el que escribir era un acto voluntarioso y artesanal: suponía buscar el soporte, elegir, si era posible, el instrumento adecuado, plasmar el mensaje, confiarlo al cartero o depositarlo en los folios y cuadernos, que se guardaban en lugar seguro, esperando en ambos casos que el tiempo hiciera el resto. Esta sensación nostálgica se acrecienta hoy cuando la rapidez electrónica de los fugaces y perecederos e-mails ha adelgazado la espera consustancial de escribir y recibir cartas y, por tanto, ha cambiado nuestra concepción tradicional del tiempo hasta hacerla desaparecer. Del mismo modo, los blogs se cuelgan en la red instantáneamente sin esperar el lógico ciclo de maduración. Estas nuevas circunstancias han creado una nueva sensibilidad que convierte la escritura y el paso del tiempo en un cinematográfico efecto especial.


 

Para el recuerdo no hay distancia

Raúl Soutelo Vázquez

La escritura cotidiana generada en la relación mantenida entre los emigrantes y sus familiares, parientes y amigos, que permanecían en los lugares de origen, ilustra el intercambio de afectos y, sobre todo, la gestión de los intereses individuales y familiares. Esas cartas y fotos explican el funcionamiento de las redes microsociales que condicionaron el volumen y la intensidad de los flujos migratorios contemporáneos, la integración sociolaboral y residencial de los diversos colectivos inmigrantes, el envío de remesas y el retorno o el reagrupamiento de la familia en la sociedad de destino.

[…] Nuestros emigrantes trabajaban en las fábricas, de albañiles o de pintores. Cuando yo fui, en tiempos de Perón, la mayoría de los gallegos eran almaceneros o tenían bar, restauranes, hoteles […]. Íbamos acostumbrados a trabajar de sol a sol y laborar allá ocho horas era una uva […] La gente de allá te acoge y sos uno más, no te discriminan ni te dicen “sos un gallego estúpido”.

Fragmento de la trascripción textual de la grabación de la memoria de vida de Adolfo Conde Iglesias de Amoeiro, Ourense, entrevistado por Raul Soutelo el 24 de agosto de 2000, Arquivo Oral del Museo Etnolóxico de Ribadavia.

Avoa, apréndelle a ler e escribir durante o inverno… Non aturaría tantos meses outra vez sen saber del.

Fragmento extraído de la novela de Rosa Aneiros: Resistencia, Vigo: Edicións Xerais, 2002, p. 69.

Lógicamente, la utilidad historiográfica de esta documentación epistolar, de las fotos y demás papeles que se hayan conservado junto a ella en los archivos familiares o de las memorias y diarios autobiográficos depende, fundamentalmente, de los múltiples temas y fenómenos que aborden las personas que elaboraron esos documentos y de su representatividad a un doble nivel: de los colectivos y las familias emigrantes, por un lado, y de los destinos escogidos por aquellas. Es el caso de la documentación generada por los asturianos emigrados en Cuba, los gallegos en el Río de la Plata o los zamoranos en Brasil, que recogemos en esta exposición.

O inverno da emigración roubounos a primavera. Quen eu era xa non son e ti non es a que eras.

Fragmento de la canción «Muller» en Noutrora del grupo Fuxan os Ventos, 1978.

Reflejan, en primer lugar, las características del proyecto emigratorio y la situación del grupo familiar y del entorno microsocial de referencia de las personas que emigraron. Los acabados de llegar describen las vicisitudes del viaje, la acogida que le dispensaron los familiares y vecinos ya instalados allá y la ayuda concreta que recibieron de estos para alojarse y obtener el primer empleo. El envío de fotos y de remesas económicas, con recomendaciones explícitas para su inversión concreta, o el intercambio de informaciones sobre los trabajos y los días, ocupan las cartas de los primeros años de ausencia. Los temas y la frecuencia de esa correspondencia van cambiando con el paso de los años, el casamiento en el destino y la creciente certeza de que su éxodo sería definitivo o, al menos, de larga duración reducen el envío de remesas económicas para los familiares “de casa” e implican una reformulación del proyecto vital de los emigrados. Estos liquidan, entonces, los bienes heredados de sus mayores y se implican menos en la ayuda a otros familiares o vecinos que quieran emigrar dentro de sus redes relacionales.

O vento da emigración arrasou a nosa terra. Os vellos laian, os nenos berran […]. Quince na Suiza, doce alén do mar, tres no sul da Francia […]. Dos vinte que quedan dez a traballar, sete que son nenos e tres vellos que agardan a morte a chegar. Chega o mes da sega, quen seiturará?.

Fragmento de la canción «Brazos para seitura» en Sementeira del grupo Fuxan os Ventos.

Estos documentos son, evidentemente, una pequeña parte de esa memoria social de la emigración, pues la mayor parte de esas cartas y fotos se han perdido o no se han recuperado aún, para incorporarlos a una visión más humana de los procesos migratorios que son uno de los fenómenos característicos de las sociedades contemporáneas. Nos remiten a historias de abuelos con hermanos, padres y tíos ausentes, que reflejan regularidades de comportamiento en distintos grupos étnicos establecidos en los mismos países o en otros diferentes. Y permiten observar, comparar y deducir la racionalidad y las características de esos fenómenos sociales. Para ello es necesario integrar las perspectivas antropológicas en las visiones más estructurales, de modo que avancemos en el conocimiento de los proyectos de vida y las redes relacionales de las personas emigrantes ahora que ya conocemos, en términos generales, el volumen y los ritmos del fenómeno migratorio en las diversas regiones de origen y países de destino.

Cuando llega el inmigrante hay una casa (si casa puede decirse) que sirve de apeadero y de asilo de colocación. Este depósito o lo que sea, es uno de los espectáculos más curiosos que puede ver aquí, en Buenos Aires, el que llevado por la compasión o por la obligación del cronista, quiere ver una nueva muestra de la miseria en la tierra […]. Cuando, allá en el mar, se cruzan de noche dos grandes barcos, el que viene brilla de ambición y el otro sonrie de alegría. En uno vienen los inmigrantes a hacer dinero, cueste lo que cueste, y en el otro van los emigrantes a gastárselo, sea como sea. Uno lleva lágrimas de Europa y el otro sonrisas de Argentina […]. Sus habitantes divididos en dos secciones: los que abarrotan los barcos de Europa, cargados de tristeza y de miseria, y los que ya son del lugar, faltos de arte y sobrados de dinero; los que luchan y los que ya están cansados.

Santiago Rusiñol: De Barcelona al Plata. Un viaje a la Argentina de 1910, [1912] Barcelona: B.G.V., 1999, pp. 76, 83 y 113).

 


 

Letras desde la violencia

Juan Luis Calbarro

Cuando la guerra entra a formar parte de lo cotidiano, la escritura se convierte en una de las herramientas con que la gente común quiere sortear la violencia generalizada y el desarraigo que ésta comporta. La guerra supone el alejamiento de los soldados con respecto a su entorno geográfico, a sus familias, a sus amigos, a su trabajo y en general a su vida habitual, constituyendo, en ese sentido y en adición a la violencia que es propia de la guerra, un factor de excepción que ya por sí solo generaría angustia y desestructuración. Además de una gran masa de combatientes, la guerra genera un número muy considerable de refugiados, prisioneros de guerra, internados en centros hospitalarios y exiliados, situaciones todas ellas que prolongan, demasiadas veces fatalmente, la trágica excepcionalidad del momento histórico.

[…] textos que prescinden tanto de la importancia de su alcance como de la necesidad de reelaboración, extremos que serían a nuestro juicio las dos claves obligadas para comprender su naturaleza, fundada en lo que denominaremos la verdad del instante.

Tomás Sánchez Santiago

La guerra civil española es rica en testimonios escritos. Por un lado, la escritura epistolar es característica de los contextos bélicos: las cartas que los soldados envían desde el frente a sus familiares y aquellas con las que éstos los mantienen conectados con el mundo más allá del cuartel o la trinchera. Un género típico de las guerras del siglo XX es el de las cartas remitidas por madrinas de guerra, voluntarias que por medio de sus misivas contribuyeron a mantener la moral de los soldados, muchos de los cuales contaban con varias o muchas madrinas de guerra a la vez. La situación de separación e incertidumbre en que se encuentran los prisioneros de guerra tiñe sus cartas de desesperación, o bien de resignado optimismo. Algunas de ellas entran en el género de las cartas de súplica, en las que el remitente se interesa por la mejora de su destino, y que no siempre recibieron contestación positiva. Especialmente dramáticas son las correspondencias de los presos condenados a muerte; máxime en el caso español, en que consejos de guerra celebrados sin garantía de ningún tipo enviaron a la muerte a multitud de presos políticos durante la represión llevada a cabo por el franquismo durante la guerra y en la primera posguerra. Mientras, en la retaguardia la vida se ve igualmente teñida del ambiente anormal que imponen las circunstancias. Unos dedican sus esfuerzos a seguir construyendo la vida, y algunos cuadernos misceláneos recogen sus actividades con mayor o menor método y detalle. Otros, colaboran con la represión por medio de, por ejemplo, informes delatores que conservamos en los expedientes de aquellos infames simulacros de proceso militar. La guerra y el exilio, por la percepción que sus protagonistas tienen de vivir hechos históricos de los que se habrá de dar cuenta, son también situaciones propicias para la escritura autobiográfica o de testimonio, a veces en forma de diarios más o menos organizados. La escritura autobiográfica a posteriori se materializa en cuadernos de memorias en las que el recuerdo ejerce su obligatoria función de filtro. En todo caso, y dada la intensa politización de todo cuanto rodea a la guerra y al exilio desde instancias oficiales, las escrituras cotidianas en contextos de violencia aportan un material inestimable para el conocimiento de las contiendas y de las sociedades que las sufrieron, en la medida en que se apartan de la propaganda oficial, de la corrección política y de los cauces formales de la administración para ofrecernos un panorama humano y pormenorizado de todo lo que los archivos ajustan a modelos oficiales y los manuales de historia suelen despachar en un par de fríos párrafos.


 

La escritura al hilo de la vida

José Ignacio Monteagudo

La vida de los individuos tiene un principio y un final. Sin embargo, los grupos humanos permanecen: los nuevos nacimientos suplen a los fallecimientos y se van sucediendo las generaciones. La familia es una institución fundamental: prácticamente universal aunque siempre cambiante. En su seno se producen los más importantes procesos de aprendizaje cultural y se van superando los distintos estadios que asignan papeles sociales a determinadas edades: niños, jóvenes, adultos, ancianos…

El carácter de María se iba transformando con el tiempo. El hijo esperado no llegaba y, en tanto, le entró una rabia sorda e hizo de su derrota como madre un refugio donde se guardaba irónicamente a sí misma […]. Las mujeres no la entendían. Les divertía a veces lo que contaba María, a veces también la consultaban para pequeñas cosas: una carta de pésame, que ella redactaba; una carta de petición, para la que ellas tenían vagas formas en el cerebro, y que María hacía viva, quitándole su tono comercial o su torpeza mendicante.

Ignacio Aldecoa: El fulgor y la sangre, Barcelona: Planeta, 1954, p. 200.

El ciclo vital se estructura mediante ritos de paso que conforman las diferentes «edades del hombre». La escritura forma parte de estos ritos, ya desde el comienzo, con la inscripción de los distintos «estados» en el registro civil, pero también circula impresa o manuscrita en diferentes soportes, acompañada frecuentemente de imágenes pictóricas o fotografías. Por los primeros podemos constatar ante los demás nuestro paso por determinadas circunstancias sociales (los estudios, el trabajo, el servicio militar…), y nos permiten demostrar públicamente que así fueron las cosas (¡ay de los «sin papeles»!); por los otros se hace saber de un nacimiento o una defunción, se participa un compromiso de boda o se invita a la ceremonia del matrimonio, se felicita un cumpleaños u onomástica. Estos últimos, junto con documentación de distinta índole conservada para un uso estrictamente familiar, forman parte de «los papeles de casa», esa suerte de archivo doméstico que resiste mal el relevo generacional. Con el nacimiento (o más tradicionalmente, con el bautismo, que es como se nace en sociedad) se inicia un recorrido cuyos rastros pueden seguirse por las huellas escritas que van quedando. En la infancia se producen los primeros acercamientos a la cultura escrita, no siempre confinados en la institución escolar, que ya en la mocedad se hacen práctica habitual. Se aprenderá entonces un gesto que acompañará al individuo durante toda su vida: la firma. La adolescencia, por otra parte, es una etapa especialmente propicia para la escritura de diarios íntimos. El paso a la edad adulta aparece ritualizado en ciertas prácticas tradicionales de sociedades rurales como las relaciones de quintos. En ellas el llamado a filas tiene que declamar unos versos romanceados relativos a su vida y su familia en el contexto de su vecindario. La muerte de un individuo desencadena una serie de acontecimientos en los que la escritura tiene un papel preponderante: las manifestaciones de condolencia circulan en los círculos sociales más próximos del finado (familiares, amigos, compañeros) y trascienden el ámbito privado para que al menos su nombre permanezca en la memoria de los deudos, como los recordatorios de defunción, o a la vista de todos, por medio de inscripciones funerarias. El peso del olvido queda así aliviado gracias al poder de la palabra escrita. Y aun después del fatal desenlace son precisos papeles que asignen las últimas voluntades y la transmisión del patrimonio del fallecido. En todos estos documentos, un nombre propio, personal, se liga a un acontecimiento social. Son papeles con doble vida: se producen al calor de los hechos y duermen en los archivos oficiales y en las casas particulares. Detrás de fórmulas estereotipadas y repetidas dejan entrever retazos de vidas que se resisten a engrosar el anonimato de las estadísticas. Por eso nos parece que están cargados de signos y consideramos que merecen preservación y estudio.